A pesar de su aspecto desvalido, tu bebé viene muy bien preparado para poder vivir fuera de ti y los reflejos son una señal clara de ello.
¿Por qué busca tu hijo tu pezón para alimentarse, si no lo había hecho nunca antes? ¿Por qué se agarra a tu dedo cuando le coges la palma de la mano, como si quisiera decirte cuánto te quiere? ¿Por qué abre los brazos en cruz cuando oye un ruido brusco, como si pretendiera protegerse?
Todas estas reacciones son reflejos innatos, respuestas musculares involuntarias ante un estímulo exterior, que ayudan al pequeño a habituarse a su nuevo mundo: le ayudan a alimentarse, a evitar peligros potenciales, a entablar contacto con el ambiente que le rodea...
De hecho, gracias a los reflejos con los que nace, a tu bebé le va a resultar más fácil adaptarse al mundo, interaccionar con él y controlar mejor su cuerpo.
Muestran la vitalidad del recién nacido
“La observación de los reflejos nos permite valorar la vitalidad del recién nacido. La presencia o ausencia de cada reflejo, así como la calidad de las respuestas, nos da una información muy valiosa sobre el funcionamiento de su sistema nervioso.
Ahora bien, tan importante es la existencia de estos reflejos como que vayan desapareciendo poco a poco. Que perduren más de lo debido es señal de que algo no va bien en el desarrollo del niño. Por eso, el pediatra valora estos reflejos en el momento del nacimiento y continúa haciéndolo después, cada vez que los padres llevan al bebé a su consulta”, explica Dorotea Blanco, neonatóloga del Hospital General Universitario Gregorio Marañón, de Madrid.
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